viernes, 16 de octubre de 2015

Moral más allá de los humanos.

FotoInvestigaciones recientes sugieren que una moral sencilla de origen biológico aparecería evolutivamente a lo largo de millones de años para fomentar la sociabilidad. Esta moral estaría preinstalada al nacer en los cerebros de animales superiores, incluyendo el hombre.
El ser humano suele creer que él es el único ser con una moral. Los animales, bajo este punto de vista, no la tendrían.
La moral humana es compleja y de ella forman parte muchos aspectos, la mayoría de los cuales tendrían un origen cultural. Obviamente ha habido una evolución histórica en este asunto. Lo que está bien y lo que está mal no tiene por qué coincidir en el código de Hamurabi y en la Constitución de los EEUU.

Incluso creyendo que el ser humano es el único animal con pensamiento moral, cabe pensar que ésta no tiene por qué ser un producto puramente cultural insertado en esa supuesta tabula rasa que algunos propusieron en el pasado, sino que puede tener también un substrato biológico que ha sufrido una evolución darwiniana al igual que otros aspectos, tanto fisiológicos como psicológicos. 
Algunos expertos sugieren que, de la misma manera que hay una gramática simple ya precargada en el cerebro cuando nacemos y luego se construye sobre ella culturalmente nuestra lengua materna, habría también una moral universal ya precargada en el cerebro y las normas sociales, leyes, religiones y otros aditamentos culturales se instalarían se desarrollarían a partir de ella.
El ser humano es un ser social que necesita cooperar con los demás. En nuestro pasado se seleccionaron evolutivamente los rasgos que fomentaban esa cooperación. Esos rasgos tienen que ver tanto con el comportamiento correcto de un individuo en cuestión como con el fomento de la persuasión de la cooperación por parte de ese individuo sobre los demás.
Frans de Waal (Emory University) propone que la moral está basada en dos pilares básicos: la empatía y la reciprocidad. O lo que es lo mismo, está basada en la compasión y en el sentido de justicia. Tanto la compasión como el sentido de justicia fomentan la cooperación y éxito del ser humano como especie.
Los paleoantropólogos a veces encuentran restos humanos en cuevas prehistóricas. Algunos de esos huesos muestran señales de haberse roto y de haberse soldado posteriormente en vida. Eso significaría que esos humanos heridos, que no podían cazar, recibieron cuidados de otros humanos hasta que se encontraron bien. Obviamente ya había en esa época cierta empatía.
Nada mejor para ilustrar el sentido de justicia que el juego del ultimátum*. Pese a que el proponente da algo a la otra persona, ésta puede rechazarlo (e irse a casa sin ese dinero que era gratis) si cree que el reparto es injusto. No es el único ejemplo de juego en el que algún jugador paga por castigar a otros jugadores que no participan de manera justa. Este tipo de conducta está grabada en nuestros cerebros. Con aparatos de resonancia magnética nuclear se puede apreciar que cuando castigamos a un aprovechado activamos los centros del placer y recompensa. Tener sentido de la justicia y aplicar correctivos fue esencial para fomentar la cooperación entre nuestros antepasados.
Pero no podemos viajar al pasado y ver cómo fueron seleccionados evolutivamente estos rasgos en el ser humano. En este punto podríamos pensar que sólo lo podemos creer o no. Pero lo interesante es que no hace falta. Hay otros primates que exhiben comportamiento moral.
En un experimento con chimpancés se suministra a uno de ellos un conjunto de fichas de color rojo y verde. Si el chimpancé da una ficha roja al cuidador entonces recibe comida. Si le da una ficha verde recibe la misma cantidad de comida tanto él, como el compañero chimpancé de la jaula de al lado. Los investigadores descubrieron que el chimpancé prefiere dar la ficha verde en lugar de la roja. Así que hay cierto sentido de empatía en este comportamiento. Pero si el compañero presiona y le escupe agua o arma barullo entonces el primer chimpancé elige fichas rojas, supuestamente para castigar el mal comportamiento del vecino.
Pero quizás el experimento más bonito de ver es el de los monos capuchinos a los que se les paga con un trozo de pepino o con una uva por realizar una determinada tarea. También se juega en pareja. La clave está en que la uva es una recompensa mucho más atractiva que el trozo de pepino para un mono (y para un humano). Los dos monos capuchinos están en jaulas separadas, pero se pueden ver el uno al otro.
Según los monos realizan la actividad y reciben su recompensa por igual, sea pepino o uvas, todo marcha sin incidentes. Sin embargo, cuando uno de ellos recibe un trozo de pepino y ve que el otro recibe la uva entonces el primero monta en cólera.

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