lunes, 22 de febrero de 2016

Einstein: desde Mercurio hasta los agujeros negros 5.0

Confirmación y la nueva realidad del universo

Tras la aparición de la teoría de la relatividad general en 1915 se inició la búsqueda de su demostración empírica. La misma solo podía realizarse con el cuerpo de mayor masa disponible: el Sol. En 1919, un equipo internacional coordinado por Arthur Eddington observó durante un eclipse total de Sol cómo la gravedad de nuestra estrella desviaba los rayos de luz que provenían de astros lejanos y que pasaban cerca de su superficie, tal y como preveía la nueva teoría de Einstein frente a la de Newton, que preveía una desviación distinta. Los resultados fueron noticia en numerosos periódicos en todo el mundo y Einstein se convirtió en toda una figura mediática. El experimento se verificaría durante otro eclipse de Sol  en 1922. A pesar de ello, la teoría de la relatividad general no eclosionaría, convirtiéndose en esencial, hasta pasado un tiempo. Tras la Segunda Guerra Mundial, una nueva generación de científicos empujados por las inversiones en ciencia y tecnología que se promovieron en la época (y de las cuales, por cierto, seguimos beneficiándonos) comprendió la verdadera potencialidad de la teoría e integró los avances realizados, tanto desde el punto de vista observacional, como del teórico.
Surgió así la idea de un universo en expansión, según la denominada ley de Hubble (aunque las nociones iniciales son anteriores y Edwin Hubble no dio el debido crédito a las medidas de Vesto Slipher, publicadas en1917, y a los trabajos de Georges Lemaître de 1927), con un principio, el Big Bang, cuya evidencia observacional fue encontrada de manera casual (un ejemplo más de la serendipia en la ciencia) por Arno Penzias y Robert Wilson en 1964, al encontrar el fondo cósmico de microondas, una emisión uniforme consecuencia de la gran explosión. Y no olvidemos el descubrimiento de los agujeros negros y otros objetos celestes como los quásares y los púlsares (estrellas de neutrones, el final de objetos más masivos que el Sol), cuya descripción requiere de la teoría de Einstein y las soluciones encontradas por Karl Schwarzschild dos años después de su publicación en 1915.
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Dibujo de un artista que muestra la visión actual de la Vía Láctea . Evidencias científicas demuestran que en el centro de la Vía Láctea hay un agujero negro. Imagen:  NASA/JPL-Caltech

Nuestra misma galaxia, la Vía Láctea, contiene un inmenso agujero negro en su centro, que domina el movimiento, no solo de sus alrededores, sino cuya influencia se extiende mucho más allá. Pero, para ser más prosaico, una teoría formulada hace ya un siglo, la de la relatividad general de Einstein, es esencial para usar herramientas cotidianas tales como la navegación GPS, dado que los relojes internos de cada uno de los satélites se ven afectados por el campo gravitatorio de la Tierra, que ralentiza el tiempo. Aparentemente de manera ínfima pero suficiente como para que, de ignorarla, las posiciones fueran erróneas. Por tanto, podemos decir que nuestro bienestar depende, en cierta medida, de una teoría que nació para dar respuesta a un problema menor de la mecánica celeste. Después de todo, el comportamiento del planeta más cercano al Sol no es tan “mercurial”.

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