El elemento 117, descubierto por primera vez por los investigadores del Lawrence Livermore en asociación con el Instituto Conjunto de Investigación Nuclear. Crédito: LLNL
Los estudiantes de química tienen hoy mucho más material para memorizar que en tiempos de Dimitri Mendeleyev, el científico ruso que en 1869 jugó a las cartas con los 63 elementos conocidos hasta la fecha para definir la primera versión de la tabla periódica, que desde entonces ha seguido ampliándose con un constante goteo de nuevos miembros. Hasta llegar al flerovio (114) y el livermorio (116), los dos últimos nombrados en mayo de 2012, el trabajo de los químicos ha ido volviéndose cada vez más arduo: el francio (87), descubierto en enero de 1939 por Marguerite Perey, cerró la época del hallazgo de nuevos elementos en la naturaleza. Dos años antes se había inaugurado la era de la síntesis con el tecnecio (43), confirmado por científicos de la Universidad de Palermo en diciembre de 1936.

Tabla periódica actualizada con las últimas novedades. Crédito: Sandbh
La frontera estricta entre el mundo natural y el laboratorio la marca el plutonio (94), el elemento más pesado con isótopos lo suficientemente estables como para encontrarse en la corteza terrestre. Por encima de él, el americio (95) y el curio (96), ambos creados en 1944, abren la región de la tabla que pertenece exclusivamente a los dominios del laboratorio; o como mucho, a los experimentos o accidentes nucleares propiciados por el ser humano.
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